miércoles, 25 de julio de 2018

Cuando Miguelín desafió a El Cordobés


 Lo que dice Navalón, 04/11/1988 Publicado en Tribuna
 Un torero desconcertante que cortó un rabo en Sevilla a un manso.
 Al ver la foto de Miguelín en el suplemento del pasado miércoles, tirándose de espontáneo en plena feria de San Isidro, siento la tentación de contaros las interioridades de lo que pasó aquella tarde en el ruedo de Las Ventas, un suceso que ocupó las primeras páginas de los periódicos y cambió el rumbo de la temporada.

La guerra entre el de Algeciras y Benítez no llegó a consumarse en los ruedos, como deseaba el público, pero fue el morbo de todas las tertulias. Una guerra 'a distancia' que impulsó la carrera de Miguelín, pero no logró sacarle el partido esperado. Aquel torero anárquico, desigual y bohemio no supo sacarle provecho a la expectación despertada por su gesto ni el apoyo que tomaron a su favor todos los anticordobesistas. Pero hay otra historia que tal vez se ha borrado con el paso del tiempo.
Lo cierto es que nada más apagarse el escándalo que estalló en la plaza, empecé a sentir miradas acusadoras o gestos de solidaridad. Al salir por el patio del desolladero el público empezó a rodearme. Unos insultaban y otros aplaudían. Fueron unos momentos muy tensos, pero la cosa no llegó a la que se formó el día del rabo de Palomo Linares. Así que salí como pude de aquel barullo y me fui a escribir la crónica, que al día siguiente también levantó algo más de polvareda. Unos para bien y otros para mal al salir de la plaza me gritaban a bocajarro: «¡Has sido tú! ¡Esto es idea tuya!» Y esta vez tenían toda la razón.
Resulta que los escándalos de El Cordobés habían llegado a los últimos extremos. Al irrumpir con aquella fuerza multitudinaria estábamos viviendo una época de cierta recuperación de la seriedad del toro. Pero todo se vino abajo ante el tirón de Benítez en las taquillas. Mandaba en todo y los empresarios, con tal de ver las plazas llenas se avenían a todas sus exigencias. El toro volvió a abecerrarse y no salía uno en puntas ni de casualidad. No salía para El Cordobés, porque los toreros modestos tenían que seguir enfrentándose a las corridas gordas y astifinas que no cabían en los carteles del nuevo fenómeno.
Como ha pasado desde los tiempos de Manolete y seguirá pasando. Era el momento de las vacas gordas: 'El Cordobés y dos más'. Así de fácil lo tenía el Benítez para llevárselo y los empresarios para llenar los tendidos. Y ante Piédrola se bajaban los pantalones los ganaderos para que cortara los pitones por donde le apeteciera. En algunas 'torifactorías' le daban el trabajo hecho y antes de empezar la temporada 'igualaban' los pitones de toda la camada para ahorrarle viajes a Piedrola, que siempre se reservaba 'el derecho' de darle los últimos 'toques' si lo creía oportuno.
Sobre esto de 'igualar' las camadas hay una anécdota muy curiosa: Estaba el señor Ignacio, mayoral de Arranz, visitando a otro famoso mayoral y salieron juntos a ver el ganado. Era a finales del invierno y al llegar a la camada de los machos de saca, al señor Ignacio le salió de ojo lo cuidadosamente romos que estaban todos. Y se lo hizo saber al colega: «Parece que los tenéis algo mogones». y el otro mayoral contestó: «Es que tenemos un semental muy astigordo y los da todos así».
Fraude a mansalva En aquella feria de San Isidro ya llovía sobre mojado. El año anterior las corridas destinadas a El Cordobés habían bajado mucho el listón de exigencia de Madrid. Los de la 'Andanada del 8' que entonces mandaban en Las Ventas y varios grupos de aficionados exigentes habían dado la voz de alarma reclamando más seriedad para las corridas. Por si fuera poco, en la temporada anterior se habían dado varios casos de toros manipulados con tranquilizantes. Hubo, sobre todo, dos escándalos sonados. Uno en Málaga donde uno de los toros inyectados falleció dentro de los chiqueros antes de salir al ruedo (por exceso de dosis). El otro suceso ocurrió en la plaza manchega de Manzanares con una corrida del difunto Juan Mari Pérez Tabernero. Salieron dos toros tan excesivamente tranquilizados que atravesaban la plaza y se estrellaban contra la barrera varias veces. Sin hacer caso de nada de lo que tenían alrededor. Cómo sería la cosa que en Málaga estaba escribiendo para 'Pueblo' Gonzalo Carvajal, que tenía dos espacios contratados por las figuras y naturalmente estaba para cantar sus glorias.
Carvajal no pudo tapar el escándalo del toro muerto en los chiqueros y tituló su crónica «El caso de las garrochas envenenadas». Alegaba que alguien con mala idea había puesto veneno en la punta de una garrocha para matar a un toro que le correspondía a El Cordobés. En Manzanares estuve con un fotógrafo y aparte de la denuncia de la crónica salieron varias fotos con el toro pasando indiferente por delante de los toreros. Por si faltaba algo antes de terminar el año surgió la denuncia en la plaza de Lima donde Manolo Chopera no pudo detener un informe de los veterinarios certificando la presencia de drogas tranquilizantes en los toros después del examen post mortem.
Miguelín se subleva Esto da una idea de la fuerza ilimitada que tenía Benítez y en este clima llegó la feria de San Isidro donde ya los veterinarios se sentían marcados y empezaban los comentarios cuando se desembarcaban las corridas en El Batán. Los veterinarios rechazaron dos de los toros presentados por El Cordobés y como ya no había tiempo de llevar más, después de un largo trasiego de camiones, buscaron la solución de echar dos toros de la corrida del día siguiente, favor que logró don Livinio de los apoderados de los tres toreros. Pero Miguelín montó en cólera al sentirse humillado. A fin de cuentas su corrida estaba aprobada y El Cordobés no era quién para quitarle dos toros. Pero se consumó la cacicada y se apartaron los dos toros de Bohórquez que no correspondían a la que estaba anunciada para el Benítez. El rumor ya estaba en la calle y a pesar del delirio de la masa cordobesista, los aficionados y la crítica independiente clamamos contra aquel abuso. Pero mandaba el 'no hay billetes' de la taquilla y la corrida se dio.
La trama Por la mañana, Miguelín ya había formado alguna marejadilla en declaraciones por radio diciendo que no estaba dispuesto a soportar lo que había hecho Benítez y que lo desafiaba a torear mano a mano ganaderías serias y en puntas en la plaza que quisiera. Entonces todavía no se había reformado el hotel Wellington y el bar era muy distinto a como es ahora. Había una barra entrando a la derecha donde ahora está el bar y el resto, un salón con mesas para tertulias. Entré a tomar un café camino de la plaza y me dijeron que Miguelín andaba buscándome. Estaba excitadísimo: «Voy a tirarme cuando esté toreando el Cordobés para protestar ante la presidencia y el público de lo que está pasando. ¿Qué me puede pasar?». «No te va a pasar nada. Pero ya de puestos, podías hacer el completo: Te tiras a media faena cuando ya esté el toro aplomado y con esas facultades que tienes se lo toreas a cuerpo limpio y le haces el teléfono. Así la gente se dará cuenta de la clase de 'fieras' que le preparan al Melenas».
A Miguelín se le iluminó la cara: «Además del teléfono me voy a subir encima como si fuera una burra.». Salimos camino de la plaza. Y el torero iba taciturno: «Total me van a castigar un año sin torear pero aunque vengan mal dadas reaparezco al año que viene en San Isidro». Efectivamente, tirarse de espontáneo estaba penalizado con un año de retirada del carnet. Pero Miguelín estaba decidido: «Pase lo que pase, me la juego, porque no aguanto ni una putada más de El melenas». Lo tranquilicé: Puedes tirarte, que no va a pasar más que el revuelo de unos días. Y luego estas cosas siempre se arreglan. Vas a tener toda la prensa decente de tu lado y ya verás cómo no pasa nada.
Lo demás ya es historia: Miguel Mateo saltó desde el tendido entre el asombro del público y se fue derecho al perritoro (véase la foto) cuando El Cordobés estaba en plena faena. Al verlo venir, Benítez se retiró dejándole campo libre. Benítez sabía muy bien cómo se las gastaba Miguelín y le tenía más miedo que un nublado. Por eso no quería torear nunca con él. El de Algeciras se fue al testuz, le dio unas carreras por la cara y le hizo el teléfono. Entonces se dispuso a dar un salto para subirse encima de él y en aquel momento saltaron al ruedo el mozo de espadas y el chófer del Benítez para impedírselo. Nadie se atrevió a cogerlo ni a plantarle cara, pero evitaron que se subiera encima.
Al día siguiente, todos los periódicos publicaron la foto de Miguelín vestido de traje oscuro y corbata de listas, jugueteando con el toro. Yo saqué otra foto más grande donde se veía al chófer de El Cordobés a dos pasos del 'toro' distrayéndolo para evitar el salto de Miguelín. Y en el texto hacía la observación sobre el 'respeto' que tendrían los toros de El Cordobés para que un chófer anduviera delante tan tranquilo.
La corrida de la prensa Después pasó lo previsto: Miguel Mateo fue detenido. La prensa libre salió en su defensa y el antiguo Ministerio de Gobernación le impuso una multa que no sé si llegó a pagar. Los empresarios hicieron un intento baldío de sacarle partido al suceso tratando de montar corridas con Miguelín y El Cordobés pero éste se negó en redondo ante el peligro que significaba enfrentarse al 'loco de Algeciras' como él lo llamaba, porque Miguelín tenía mucho peligro. Tenía unas facultades portentosas, un instinto de bicho para anticiparse a las intenciones del toro. Hacía cosas increíbles sobre todo con el ganado difícil. Muchas tardes triunfaba ante toros difíciles de fracaso cantado. En cambio, otras caía en baches y desigualdades, dejándose ir toros claros. Pero era un torero de raza, valiente, variado y con mucho oficio. Tal como estaba entonces de lanzado y con aquel ganado que le elegían al Benítez, le hubiera durado un rato. Con media docena de tardes en plazas importantes hubiera acabado con él. Pero no hubo competencia. Y la sublevación de Miguelín se quedó en unos cuantos triunfos sonados para volver a ser otra vez el torero desconcertante que por ejemplo un día, le cortó en La Maestranza un rabo a un toro de banderillas negras.
Miguelín a raíz del escándalo de Las Ventas tuvo un hermoso gesto: toreó gratis la corrida de la prensa como único espada. Hubo llenazo y triunfo arrollador cortándole las orejas a casi todos los toros y saliendo por la puerta grande. Mientras tanto, El Cordobés andaba a su aire matando las novilladas desmochadas de la feria de Alicante, Burgos y evitando aparecer por Pamplona donde fracasó una vez y ya no pudo volver. Pero aquella hermosa rebeldía del torero 'huelguista' no le dio el sitio de primera figura que merecía ocupar. De vez en cuando sorprendía con una machada pero se aburrió y acabó refugiándose en su tierra, criando novillos para festejos menores en una finca, donde creo que sacaba más ganancias de la grava y la arena que del ganado.
Queda su lejano recuerdo de torero elástico que hacía verdaderas temeridades con pasmosa tranquilidad y dominio. Otras tardes sin saber por qué nos quedamos sin saber hasta dónde hubiera podido llegar aquel loco de los trajes de luces, descargados de oro, casi deportivos, con las bandas de grecas como los remates de las túnicas griegas. Miguelín tenía otra cosa inconfundible. No llevaba nunca espada de ayuda. Sacaba siempre unas varitas de fresno o de acebuche, sin pintar ni nada y con una rústica empuñadura. Un detalle personalísimo. Como las varitas son muy flexibles cuando toreaba con la derecha llevaba la muleta casi sin armar, con el pico doblado hacia abajo. Personalmente también era un personaje desconcertante. Algunas veces iba impecablemente vestido de calle con traje negro, camisa y zapato fino. Lo más frecuente era verlo como un quinqui desaliñado, con su alborotada cabellera rizada con más pinta de deportista o de golfo callejero que la imagen de ortodoxia que todavía respetaban los toreros de entonces.
Entonces era frecuente ver en la calurosa feria de Bilbao a El Viti, con chaleco y reloj de oro de bolsillo de los de cadena que iba entre los dos bolsillos del chaleco. Miguelín era un anárquico, no le importaba estar tres días seguidos de juerga y borrachera y llegar al hotel con el tiempo justo de vestirse de toreo y cortarles las orejas a los dos toros. Un verdadero diablo incontrolable. Cuando los toreros españoles iban a América, casi nunca salían de noche por miedo a los atracos o a la facilidad con que salían las pistolas a la menor discusión.
Ahora no salen de los hoteles o de las grandes fiestas privadas en las fincas de los ganaderos o en las residencias de los millonarios. Miguelín se echaba solo a la calle en las noches. Iba tan tranquilo por las calles de Bogotá, de México o de Cali. No sólo no tenía miedo a nadie porque a la hora de las peleas era un tío bragado, es que cuando lo veían escapaban de él. Los malechores, ladrones, narcos y camorristas de Hispanoamérica, jamás se atrevieron a molestarlo. Claro cuando Miguelín salía de noche en América nunca llevaba aquel ostentoso reloj de oro macizo. Lo golfos de la calle al verlo con aquellas pintas creían que era uno de los suyos.
Espero querido lector que no te hayas dado cuenta del enorme esfuerzo que me ha costado rematar esas páginas. He tenido que escribirlas medio inconsciente, mareado por la fiebre de un catarro insoportable que sólo ha sido un añadido a otro sufrimiento mayor. Resulta que el pasado jueves estando en El Berrocal se me arrancó una vaca y tuve que echar una carrera muy fuerte. Debí pisar mal. El caso es que me quedé completamente cojo por rotura de los abductores. Tengo la pierna negra desde la ingle hasta la pantorrilla. Me vine a Salamanca el domingo para soportar con ciertas comodidades tan lamentable estado. Podía haberme dado un parte facultativo porque además no tenía tema para esta semana. Gracias a la foto de 'Recuerdos en Amarillo' he podido rematar trabajosamente lo que tenía delante. A veces escribir no es precisamente un camino de rosas. En este caso ¡un calvario!

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