Por Alfonso Navalón
Hay un verso antiguo que no se por qué
se me quedó enredado en las telarañas de la memoria cuando sólo
era un adolescente y empezaba a sentir el escepticismo de los viejos.
Ahora que ya soy viejo, el recuerdo de aquellos versos me traen
tentaciones de sentirme joven. Decían así: «Me conmueve saber que
estamos juntos/ tú la que no has vivido todavía/ y entre muerto de
siglos que, impaciente/ se cambia de ilusiones cada día»... En esta
noche de soledades, cuando apagué la lumbre sospechando que no iba a
poder con la tristeza de quedarme solo entre este inmenso silencio
del campo, salí a cumplir rito de cenar con los viejos amigos de
Logroño que vienen a verme desde hace más de veinte años en este
puente de La Purísima.
Cuando levantas la vista del plato y
piensas en el vacío de los muertos que se fueron y miras a los que
llegaron jóvenes entonces, y que seguramente alguno ya no volverá
al año que viene, te dan ganas de salir huyendo entre las tinieblas
sin saber dónde ir porque a donde quiera que llegues te vas a
encontrar más solo todavía. Pero el pueblo se ha llenado de gente
joven que busca la locura de la noche para engolfarse entre la copa y
la lujuria, y te vas a matar tus melancolías sin darte cuenta que el
pelo blanco ya no tiene sitio entre aquel bullicio, ni los estragos
de tus ojeras pueden ya mirar ese brillo vitalista de la orgía
juvenil que te rodea. De pronto me deslumbró tu pelo dorado y el
fulgor de tus ojos claros. O el bordado florido de la blusa que
envuelve tus pechos desafiantes. Todavía no me explico por qué
dejaste la corte de adoradores, o al ganaderillo macarra que intentó
incluirte en su lista de necias amantes.
Parecía un milagro que te quedaras
conmigo para espantar esta noche de melancolías. Y sin embargo,
pasaron las horas y las copas y tú seguiste a mi lado, ignorando a
los que te devoraban con los turbios deseos de la madrugada. Me
hablaste de tu único amor frustrado, de tu violín, cuando
derrochaste cuatro años de tu vida en la bohemia de la farándula
por esos escenarios, hasta que acabaste en un despacho de funcionaria
cambiando el violín por el ordenador. Y sentí el cálido apretón
de tus manos, sabiendo que ya no soy más que una ruina gloriosa que
vive de los recuerdos y que con esta edad ya no puedo hacer el
ridículo de buscar el fresón de tus labios. Nos dijimos adiós
serenamente. Mañana te irás con tu pandilla a esas correrías
sabáticas y seguramente dejarás tu carmín en otros labios. Ni te
pedí el teléfono ni recuerdo tu nombre. Ni voy a preguntar dónde
vives. Seguramente no nos volveremos a ver.
Pero si cae en tus manos esta hoja del
periódico, quiero agradecerte, desde las fronteras del olvido, ese
calor tuyo al entregarme el mensaje de tus manos. Por lo menos para
sentir la vanidad de ser el más envidiado de la noche. Seguramente
tú también serías, al día siguiente, la más criticada del pueblo
por perder tu noche mágica junto a un pobre viejo con el corazón
lleno de cicatrices.
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